一 yi(1), 二 er(2), 三 san(3), 四 si(4), 五 wu(5), 六 liu(6), 七 qi(7), 八 ba(8), 九 jiu(9), 十shi(10).
Pero el alcalde de Pekín quiso que el festival deportivo se iniciará con la máxima suerte posible a las ocho del 8/8/08.
La palabra "ocho" (八) en chino se pronuncia igual que la palabra "prosperidad" o "riqueza".
China es uno de los países más supersticiosos del mundo, y la fijación por los números supone una obsesión. La admiración por dicha cifra es tal que su sola presencia multiplica los precios.Así ocurre al comprar un teléfono móvil, ya que en China no sólo se adquiere el terminal sino que, además, hay que pagar por el número. En las tiendas, los vendedores despliegan varias hojas llenas de caracteres y garabatos ante los ensimismados clientes, que parecen estudiarlas como quien ausculta su destino ante un oráculo. Y es que, si el número tiene varios ochos entre sus dígitos, el precio se puede disparar hasta los 500 euros, mientras que sólo cuesta 5 si dispone de algún cuatro, que representa la mala suerte porque en mandarín se pronuncia igual que la palabra «muerte» («si»).
Lo mismo ocurre con las matrículas de los coches, por lo que los mandos del Ejército y los altos cuadros del Partido Comunista se reservan unas placas oficiales besadas por la fortuna. Abundan los ochos en las matrículas blancas, que pertenecen a vehículos del Gobierno, mientras que los cuatros proliferan en las negras, reservadas para los «lao wai» (extranjeros). Si un conductor quiere tener un ocho en su matrícula, no sólo tiene que tirar de «guangxi» (contactos o «enchufes»), sino también preparar unos 2.000 euros más. También los ascensores de muchos bloques de viviendas evitan en sus tableros la planta 4, la 14, la 24 y, por supuesto, la 44, donde ningún chino querría vivir ni por todo el oro del mundo. Para ahorrarles ese suplicio, las escaleras pasan directamente del tercer piso al quinto, saltándose el mal fario del cuatro. Pero, en caso de que el edificio cuente con una cuarta planta, su inquilino habrá regateado al máximo antes de arriesgarse a morar en un lugar con tan malos augurios. Porque, en China, entre el 8 y el 4 está la diferencia entre la suerte y la muerte.
Es la superstición hecha negocio. Los teléfonos, las matrículas, las plantas de los edificios... todo lo que contenga el número ocho, en el gigante asiático multiplica exponencialmente su valor
Más chino que un ocho
Lo mismo ocurre con las matrículas de los coches, por lo que los mandos del Ejército y los altos cuadros del Partido Comunista se reservan unas placas oficiales besadas por la fortuna. Abundan los ochos en las matrículas blancas, que pertenecen a vehículos del Gobierno, mientras que los cuatros proliferan en las negras, reservadas para los «lao wai» (extranjeros). Si un conductor quiere tener un ocho en su matrícula, no sólo tiene que tirar de «guangxi» (contactos o «enchufes»), sino también preparar unos 2.000 euros más. También los ascensores de muchos bloques de viviendas evitan en sus tableros la planta 4, la 14, la 24 y, por supuesto, la 44, donde ningún chino querría vivir ni por todo el oro del mundo. Para ahorrarles ese suplicio, las escaleras pasan directamente del tercer piso al quinto, saltándose el mal fario del cuatro. Pero, en caso de que el edificio cuente con una cuarta planta, su inquilino habrá regateado al máximo antes de arriesgarse a morar en un lugar con tan malos augurios. Porque, en China, entre el 8 y el 4 está la diferencia entre la suerte y la muerte.
Es la superstición hecha negocio. Los teléfonos, las matrículas, las plantas de los edificios... todo lo que contenga el número ocho, en el gigante asiático multiplica exponencialmente su valor
Más chino que un ocho
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