París, año 1900, en las aguas del Sena aparece el cadáver de una bella desconocida. Aparentemente, se ha suicidado, ahogándose en el río de la capital francesa.
El cuerpo es trasladado a la morgue, donde pasa el tiempo sin que nadie lo reclame. Un empleado del depósito de cadáveres, fascinado por la belleza de la joven, ahora carente de vida, decide realizar una máscara mortuoria de su rostro.
Desde aquel día, el rostro de aquella desconocida hallada en el Sena (L'Inconnue de la Seine) se convirtió en objeto de moda, su máscara mortuoria fue reproducida por doquier y sirvió de inspiración durante décadas para poetas y artistas de todo tipo, como Albert Camus, Rainer Maria Rilke o Vladimir Nabokov. El París bohemio había encontrado otro objeto de adoración pero, a pesar de que aquel plácido rostro fue contemplado por cientos de personas, nadie supo jamás quién era la muchacha.
En realidad, con el paso del tiempo, poca importancia tenía aquel “detalle”, porque se había convertido en un icono, un símbolo, un objeto de culto que, incluso, sirvió de modelo para realizar un maniquí -Resusci Anne- destinado a realizar prácticas de primeros auxilios (reanimación boca a boca y cardiopulmonar) desde mediados del siglo XX.
Sus creadores Peter Safar y Asmund Laerdal quiseron que el maniquí tuviera la apariencia más realista posible para que así los estudiantes estuvieran más motivados para aprender los procedimientos de reanimación.
Asmund Laerdal con Resusci Anne. |
Paradojas de la vida han querido que el rostro de aquella joven ahogada en el Sena, inmortalizado en la muñeca “Resusci Anne”, se ha convertido en un símbolo para miles de personas en todo el mundo que han salvado su vida gracias a las modernas técnicas de reanimación.
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