9 de junio de 2007

Inventario de enseres espaciales

Importancia de los objetos personales en la carrera espacial.

Los chicos del sándwich

El 23 de marzo de 1965 el astronauta John Watts Young introdujo a escondidas, en la nave espacial Gemini 3 de la NASA, un sándwich de chopped de ternera y lo compartió con su compañero Gus Grissom. La broma, aparentemente inofensiva, provocó un enorme escándalo a nivel nacional y la ira de varios congresistas. El asunto llegó hasta tal límite que la NASA se vio obligada a cambiar sus reglas y a empezar a vigilar el equipaje de sus astronautas.

La anécdota del sándwich, tal y como se demostró después en una investigación, vulneró las órdenes de vuelo y puso en peligro la misión. Además de llenar la cabina de migas que podían haber dañado los equipos, Young llevó el sándwich oculto durante dos largos días, lo que podía haberles hecho enfermar. La idea de Young era darle una sorpresa a su compañero Gus Grissom llevándole un sándwich de su restaurante favorito en Florida. Según cuenta Young, al descubrir el regalo, Grissom se mostró alarmado y le advirtió de que tenían “un problema”. “¿Cuál?” – preguntó Young extrañado. “¡Que no tenemos mostaza!”. (Seguir leyendo)


Efectos personales

El inventario de enseres personales llevados por los astronautas durante los viajes espaciales es casi tan absurdo como la anécdota del sándwich. Colecciones de monedas, calcetines centenarios e incluso unas espuelas pertenecientes a Ronald Reagan han viajado dentro de las naves de la NASA. Sin ir más lejos, en el año 1998, el astronauta español Pedro Duque introdujo en su equipaje personal un tricornio en miniatura por el que luego recibió un sentido homenaje de la Guardia Civil.Años antes, una pieza del primer avión de los hermanos Wright había viajado a bordo del Apolo 11; un astrolabio persa del siglo XVII lo había hecho a bordo del Columbia en 1983 y un pedazo de la quilla del barco del capitán Cook salió al espacio dentro del Apolo 15. Durante la misión del Apolo 16, el inagotable John Young (el mismo del sándwich) llevó al espacio un broche para la mujer de un amigo astronauta, pero en algún momento durante su paseo espacial se perdió. Se supone que el broche descansa aún hoy en algún lugar sobre las playas de la luna.

Un buen swing

Las normas de la NASA dicen que el PPK (Personal Preference Kit) de los astronautas no puede sobrepasar el kilo y sus contenidos no pueden ser utilizados con fines comerciales. Sin embargo, por muy estrictas que sean las normas, siempre hay un resquicio para saltárselas.El 5 de febrero de 1971, el astronauta Alan Shepard – componente de la misión Apolo 14 – después de un paseo de cuatro horas y media por la superficie la luna, sacó de su traje espacial una pala de aluminio, le fijó la cabeza de un hierro 6 Wilson que había llevado oculto y se puso a jugar al golf. El primer intento, según él mismo retransmitió para los sorprendidos técnicos de Houston, “tocó más tierra que bola”. El segundo movió la bola apenas unos metros y el último – gracias a la ausencia de gravedad – se perdió en el horizonte en el golpe de golf más extraordinario jamás contado. “Millas y millas y millas” – gritó el extasiado Sephard sin saber dónde caería la bola.



Los árboles de la luna

Tan solo unos miles de metros más arriba, sobre la cabeza de aquel golfista improvisado, se encontraba el astronauta Stuart Roosa, al mando del Kitty Hawk, el módulo que llevaría a los tripulantes del Apolo 14 de vuelta a casa. En su kit de objetos personales, Roosa había incluido un cilindro metálico con más de 400 semillas seleccionadas por el Servicio Forestal al que había pertenecido en su juventud. Había semillas de pinos, plátanos y secuoyas; las primeras y únicas semillas que viajarían y volverían de la luna.

A su regreso, la historia de aquellas “semillas lunares” alcanzó cierta celebridad. Todos querían tener uno de aquellos árboles. Muchos fueron plantados frente a edificios históricos, organismos oficiales e instituciones de Estados Unidos, desde Washington a Nueva Orleáns. Un árbol fue enviado al emperador del Japón. Otros llegaron a Suiza y Brasil, pero al cabo de un tiempo se perdió la pista de muchas de las semillas y el asunto se les fue de las manos. Actualmente, Dave Williams, científico de la NASA, sigue recolectando información sobre el paradero de los árboles. Tanto es así, que Williams ha creado un sitio de Internet dedicado exclusivamente al tema. Hasta ahora ha localizado el destino de unas 40 de aquellas 400 semillas “espaciales”.





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