14 de diciembre de 2014

"Mi reino por un remedio para las hemorroides" Felipe el Hermoso

Noviembre de 1501 Felipe el Hermoso y Juana la Loca son llamados por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando para declararles herederos a las coronas de Castilla y Aragón. Juana había partido a Flandes para no volver a Castilla, y el archiduque Felipe no tenía ninguna intención de abandonar su país, así que durante unos meses se hicieron los remolones.

Pero, ante la insistencia de los padres de Juana, partieron de Bruselas en noviembre de 1501 para ser nombrados herederos ante las cortes castellanas en Toledo.

Juana I de Castilla la Loca, retrato del pintor flamenco del Maestro de la Leyenda de la Magdalena, cuadro que se guarda en el Museo de Historia del Arte de Viena.

La comitiva fue el espectáculo de la época, atravesando lentamente Flandes y los reinos de Francia, Navarra y Castilla, mientras acudían ciudadanos de lugares lejanos para verla pasar. A su cabeza marchaba el archiduque con sus lugartenientes acompañados por banderas con su símbolo, la cruz de San Andrés. Tras él doña Juana con sus caballeros de honor, seguida por los 150 arqueros de Borgoña de la escolta real. Después la corte representada por dos centenares de personas, además de escuderos, servidumbre (cocineros, camareros...), artesanos y artistas (pintores, orfebres, tapiceros, músicos…) y 1.200 soldados a caballo.

Un total de cinco carrozas reales, y tras ellas una larga caravana de cien carretas cargadas de ajuares, muebles y tapices flamencos. Baste decir que por orden del rey francés Luis XII se ensancharon los caminos y se afianzaron los puentes a lo largo de la ruta. El viaje, que podía haberse hecho en un mes, duró más de dos, pues allí por donde pasaba el cortejo no faltaban los tedéums, festejos y torneos a los que tan aficionado era el archiduque.

Felipe I de Castilla llamado el Hermoso, óleo atribuido al Maestro de la Leyenda de la Magdalena y que se guarda en el Museo del Louvre.

Mientras tanto y para preparar la llegada de la comitiva al reino, los Reyes Católicos habían enviado a la entonces villa fronteriza castellana de Fuenterrabía a una persona de su máxima confianza. A Don Bernardo de Rojas y Sandoval, Marqués de Denia, miembro de una familia a quien el propio rey Católico consideraba como "primos".

Retrato de los archiduques Felipe y Juana, realizado por el Maestro de Affligem, uno de los pintores que formaba parte de su séquito en este viaje. Tríptico que se guarda en los Museos reales de Bellas Artes de Bélgica.

El día 26 de enero de 1502 partieron de Bayona en dirección a Hondarribia. Les aguardaban cinco leguas, unos veinticinco kilómetros, de duro camino. Tan duro y difícil que los carruajes no podían pasar.

"A partir de Bayonne, se enviaron de vuelta los carruajes y carretas de Flandes, que habían traído el equipaje de Monseñor, porque no podían avanzar por las montañas, y trajeron grandes mulos de Biscaye".

Raul Mérida como Felipe el Hermoso e Irene Escolar como Juana la Loca en la serie de televisión Isabel.


La totalidad de su viaje fue lento, pero constante. Los Reyes católicos presionaban para que llegaran cuanto antes a Toledo, de forma que -incluso en ciudades muy importantes- se quedaban una sola noche, lo justo para descansar. Sabemos por un cronista que viajaba en la comitiva que en la villa de Fuenterrabía la entrada al reino, tuvieron una estancia más larga. Dicho cronista era el holandés Raimundo de Brancafort dado a narrar cosas prohibidas, como los devaneos con las damas de la corte y los dolores que sufría en silencio el archiduque:

"Nuestro señor, el archiduque don Felipe, entró en tierras de Castilla y Aragón con lágrimas en los ojos, y no por lo que dejaba a sus espaldas, o por lo que tenía frente a sí, sino por un mal del que ni las testas coronadas están dispensadas"

Había vuelto a aparecer la maldición de los Habsburgo. Las almorranas o hemorroides. Cabalgar en una mula navarra por malos caminos, había sido el desencadenante. Y don Felipe "siendo jinete avezado y muy sufrido para el ejercicio físico, no quiso admitir su mal hasta que estaba muy avanzado y difícil remedio tenía".

Así que doña Juana, llegados a Hondarribia, dio una orden tajante, "de allí no habían de moverse, por mucha que  fuera la necesidad".

Había visto a su esposo llegar a la villa cabalgando con ambas piernas por el mismo lado del mulo. A lo amazona, que se dice. Raimundo de Brancafort define los problemas del archiduque como: "unos tumorcillos que, al tiempo que dañaban la  parte afectada, trastornaban el carácter de quien los padecía, hasta el extremo de hacerle desear la muerte"

Los ungüentos preparados por los cirujanos reales eran administrados personalmente por doña Juana. Pero nada. El asunto no mejoraba lo más mínimo. Mientras tanto la villa estaba padeciendo serios problemas de suministro. Hondarribia tenía que alojar y mantener a un ejército de visitantes entre nobles, soldados y artesanos. Y las provisiones no llegaban para todos y para tantos días. El cronista afirma que algunos nobles, acostumbrados a comer cinco veces al día en Flandes, llegaron a pasar hambre. La soldadesca y el pueblo llano tenían que conformarse con comer una vez al día, los días que se podía.

Por una mujer de la villa tuvo conocimiento la archiduquesa de la existencia cercana de un curandero a quien llamaban Aita Sorgin (padre de los brujos) experto en sanar toda clase de dolencias. Los cirujanos reales pusieron el grito en el cielo y hasta el capellán de doña Juana se rasgó las vestiduras asegurando: "que en habiendo brujos por medio, el diablo no andará muy lejos".

La princesa insistió airada afirmando "que nunca se ha oído decir, ni en ninguna parte de las  Escrituras está escrito, que el demonio se interese por partes tan viles del cuerpo humano".

Ganó este pugilato la futura heredera de Castilla, y se mandó llamar a Aita Sorgin. Un hecho histórico que en la serie Isabel se recreó en el capítulo 35:


Con unas hierbas y unos lavados, en pocas horas desapareció el padecimiento de don Felipe. De este Aita Sorgin se decía que tenía el don de la clarividencia, y que con sólo mirar la cara del enfermo sabía cuál era su mal. Hicieron la prueba con el archiduque y acertó a la primera y a continuación con el remedio que, además de hierbas, fueron unos lavados que le hizo él con sus propias manos.

Pero si buena fue la cura del padre de los brujos, mejor fue la respuesta que el curandero dio al agradecido archiduque. Este le preguntó qué podía hacer para compensarle. Y el brujo contestó que sólo pedía que abandonaran la villa cuanto antes pues, de seguir un día más aquí el cortejo, iba a quedar la población totalmente arruinada para el resto del invierno.

Aliviado de su mal, los archiduques de Austria partieron al día siguiente con todo su séquito para reemprender la marcha y a mediados de febrero de 1502 llegaron a la ciudad de Burgos. De ahí en adelante todo fueron recepciones solemnes allá por donde pasaban, y hasta corridas de toros, que fueron muy del gusto de don Felipe, que tuvo ocasión de lucirse alanceando un toro, y más hubiera hecho si no fuera porque su real esposa no le consentía que pusiera en riesgo su vida.

Fuentes:
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